Artículo 22. La paz es un
derecho y un deber de obligatorio cumplimiento.
Constitución
Política de Colombia. 1991
Nuestro país
se encuentra en el momento histórico más relevante de su historia desde el
grito de Independencia, ya son más de 200 años de una particular democracia en
la que hemos sufrido 9 guerras civiles, una patria boba, el frente nacional, 16
constituciones políticas, la separación de Panamá, los carteles del narcotráfico
y sus capos, las guerrillas y autodefensas, todo un historial y repetición de
luchas entre clases sociales y políticas por el poder político y el control
económico, dentro de un marco multirracial que no consolida una identidad
nacional.
Aunque
contamos con una de las mayores biodiversidades y reservas de recursos
naturales padecemos la pobreza y la escasez, principalmente perpetuamos
problemas como la desigualdad social y económica, corrupción, concentración de
la riqueza, violencia generalizada y habitual, delincuencia común, bandas
criminales, pero el mayor lastre que frena cualquier impulso de desarrollo es
la pobreza cultural y de espíritu, hemos incluso creado términos para esta
infrasociedad: zoociedad, chibchombia,
colombianada, etc. Con ellos intentamos describir coloquialmente o en tono de
humor, si se puede uno reír de sus desgracias, una serie de actitudes y
desordenes aceptados popularmente, es decir nos reímos de lo que nos debería avergonzar.
También existen ciudadanos destacables y brillantes que han hecho olvidar por
momentos nuestras carencias pero no logran inspirar a una sociedad resignada y autocondescendiente.
Y ya viviendo
el siglo XXI con un desarrollo acelerado de la tecnología, en un contexto
mundial de globalización, bajo la nueva estructura social de occidente que
promueve la igualdad y el respeto por los derechos humanos, estamos definiendo
la transición más difícil de este lado del hemisferio, dejar atrás más de 50
años de violencia, muerte, dolor y destrucción para entrar en la nueva etapa de
paz estable y duradera.
Las
intenciones y la oferta de paz vienen a ilusionar a una generación marcada por
la guerra, aturdida y desconcertada por la sucesión de noticias fatales y el recrudecimiento
de la violencia y sus atroces métodos, ante esta perspectiva y con nuestros
antecedentes de fracasos y empeoramiento del conflicto todos vemos nuestras
esperanzas puestas en el final de esta pesadilla y soñamos con un mejor
porvenir.
Hasta aquí la
reflexión es compartida por la mayoría pero el resultado del plebiscito nos ha despertado
súbitamente y nos enfrenta a una realidad inesperada que no estaba en los
planes del gobierno y que decidió la ciudadanía con su voto, esto no significa
que entramos en una crisis de la democracia sino más bien es la oportunidad de
fortalecer la participación y la exposición más precisa de la paz que garantiza
este acuerdo, no es el momento de reproches entre los diferentes sectores y su
punto de vista ni de temores por volver a las desgracias del pasado. Si este
acuerdo es tan conveniente como las partes firmantes lo afirman entonces debe
soportar el análisis y los ajustes que de su revisión y discusión procedan.
La paz estable
y duradera necesita el consenso y sobretodo comenzar con signos y gestos
suficientes de reconciliación, reparación y retractación, todo dentro del marco
de la justicia y la legalidad pues de otra manera en aras de la paz
sacrificamos el estado de derecho creando un terrible precedente que perjudicaría
el futuro del país y desacreditaría la máxima de justicia imparcial,
proporcional y retributiva.